ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 17 de marzo

II de Cuaresma


Primera Lectura

Génesis 15,5-12.17-18

Y sacándole afuera, le dijo: "Mira al cielo, y cuenta las estrellas, si puedes contarlas." Y le dijo: "Así será tu descendencia." Y creyó él en Yahveh, el cual se lo reputó por justicia. Y le dijo: "Yo soy Yahveh que te saqué de Ur de los caldeos, para darte esta tierra en propiedad." El dijo: "Mi Señor, Yahveh, ¿en qué conoceré que ha de ser mía?" Díjole: "Tráeme una novilla de tres años, una cabra de tres años, un carnero de tres años, una tórtola y un pichón." Tomó él todas estas cosas, y partiéndolas por medio, puso cada mitad enfrente de la otra. Los pájaros no los partió. Las aves rapaces bajaron sobre los cadáveres, pero Abram las espantó. Y sucedió que estando ya el sol para ponerse, cayó sobre Abram un sopor, y de pronto le invadió un gran sobresalto. Y, puesto ya el sol, surgió en medio de densas tinieblas un horno humeante y una antorcha de fuego que pasó por entre aquellos animales partidos. Aquel día firmó Yahveh una alianza con Abram, diciendo: "A tu descendencia he dado esta tierra, desde el rió de Egipto hasta el Río Grande, el río Eufrates:

Salmo responsorial

Salmo 26 (27)

Yahveh es mi luz y mi salvación,
¿a quién he de temer?
Yahveh, el refugio de mi vida,
¿por quién he de temblar?

Cuando se acercan contra mí los malhechores
a devorar mi carne,
son ellos, mis adversarios y enemigos,
los que tropiezan y sucumben.

Aunque acampe contra mí un ejército,
mi corazón no teme;
aunque estalle una guerra contra mí,
estoy seguro en ella.

Una cosa he pedido a Yahveh,
una cosa estoy buscando:
morar en la Casa de Yahveh,
todos los días de mi vida,
para gustar la dulzura de Yahveh
y cuidar de su Templo.

Que él me dará cobijo en su cabaña
en día de desdicha;
me esconderá en lo oculto de su tienda,
sobre una roca me levantará.

Y ahora se alza mi cabeza
sobre mis enemigos que me hostigan;
en su tienda voy a sacrificar.
sacrificios de aclamación.
Cantaré, salmodiaré a Yahveh.

Escucha, Yahveh, mi voz que clama,
¡tenme piedad, respóndeme!

Dice de ti mi corazón:
"Busca su rostro."
Sí, Yahveh, tu rostro busco:

No me ocultes tu rostro.
No rechaces con cólera a tu siervo;
tú eres mi auxilio.
No me abandones, no me dejes,
Dios de mi salvación.

Si mi padre y mi madre me abandonan,
Yahveh me acogerá.

Enséñame tu camino, Yahveh,
guíame por senda llana,
por causa de los que me asechan;

no me entregues al ansia de mis adversarios,
pues se han alzado contra mí falsos testigos,
que respiran violencia.

¡Ay, si estuviera seguro de ver la bondad de Yahveh
en la tierra de los vivos!

Espera en Yahveh, ten valor y firme corazón,
espera en Yahveh.

Segunda Lectura

Filipenses 3,17-4,1

Hermanos, sed imitadores míos, y fijaos en los que viven según el modelo que tenéis en nosotros. Porque muchos viven según os dije tantas veces, y ahora os lo repito con lágrimas, como enemigos de la cruz de Cristo, cuyo final es la perdición, cuyo Dios es el vientre, y cuya gloria está en su vergüenza, que no piensan más que en las cosas de la tierra. Pero nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como Salvador al Señor Jesucristo, el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo, en virtud del poder que tiene de someter a sí todas las cosas. Por tanto, hermanos míos queridos y añorados, mi gozo y mi corona, manteneos así firmes en el Señor, queridos.

Lectura del Evangelio

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Lucas 9,28-36

Sucedió que unos ocho días después de estas palabras, tomó consigo a Pedro, Juan y Santiago, y subió al monte a orar. Y sucedió que, mientras oraba, el aspecto de su rostro se mudó, y sus vestidos eran de una blancura fulgurante, y he aquí que conversaban con él dos hombres, que eran Moisés y Elías; los cuales aparecían en gloria, y hablaban de su partida, que iba a cumplir en Jerusalén. Pedro y sus compañeros estaban cargados de sueño, pero permanecían despiertos, y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Y sucedió que, al separarse ellos de él, dijo Pedro a Jesús: «Maestro, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías», sin saber lo que decía. Estaba diciendo estas cosas cuando se formó una nube y los cubrió con su sombra; y al entrar en la nube, se llenaron de temor. Y vino una voz desde la nube, que decía: «Este es mi Hijo, mi Elegido; escuchadle.» Y cuando la voz hubo sonado, se encontró Jesús solo. Ellos callaron y, por aquellos días, no dijeron a nadie nada de lo que habían visto.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Homilía

El Evangelio que hemos escuchado nos presenta a Jesús que sube al monte con los tres discípulos más unidos a él: Pedro, Santiago y Juan. También nosotros hemos sido conducidos hoy a un lugar alto, más alto que el lugar al que nos mantienen atados nuestras costumbres egoístas y mezquinas. La Liturgia del domingo no es un precepto ni el cumplimiento de un rito, es ser arrancados de nuestro "yo" y llevados más alto. El Evangelio escribe: los "tomó consigo", es como decir que los arrancó de sí mismos para vincularlos a su vida, a su vocación, a su misión, a su camino.
Aquel día les llevó a lo alto, al monte, para rezar. No se nos ha dado a conocer la profundidad y la fuerza de los sentimientos de Jesús en esos momentos, pero la descripción de la transfiguración nos hace "ver", o al menos intuir, lo que Jesús sentía. Escribe el evangelista que "mientras oraba, el aspecto de su rostro se mudó, y sus vestidos eran de una blancura fulgurante" (Lc 9, 29). Fue tal el cambió que tuvo lugar en Jesús que se reflejó incluso en los vestidos. La oración de aquel día, además de con el Padre, se convirtió en un coloquio con Moisés y Elías sobre "su partida, que iba a cumplir en Jerusalén". Quizá Jesús, como en un rápido sumario, vio toda su historia, intuyendo también el trágico final. Los discípulos estaban allí a su lado, oprimidos por el sueño. Hicieron todo lo posible para no dormirse: se mantuvieron despiertos y vieron la gloria de Dios, comprendieron quién era Jesús y qué relación tenía con el Padre. Verdaderamente valía la pena seguir fijando la atención en aquel rostro tan diferente de las caras de los hombres. De la boca de Pedro salió una expresión de gratitud y estupor: "Maestro, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías". Quizá desvariaba, pero estaba maravillado por aquella visión.
Una nube envolvió a los tres discípulos y se asustaron. Al momento se oyó una voz que venía del cielo: "Este es mi Hijo, mi Elegido; escuchadle". En la nube y en los momentos de miedo se oye una voz con claridad: el Evangelio, que indica aquel en quien podemos depositar nuestra esperanza. Al abrir los ojos, los tres sólo vieron a Jesús. Sí, sólo Jesús es maestro de la vida; sólo él puede salvarnos. Fue sin duda una experiencia increíble para aquellos tres pobres discípulos; pero puede ser también la nuestra si nos dejamos llevar por Jesús, que nos saca de nuestro egoísmo para atraernos a su vida. Participaremos en realidades y sentimientos más grandes, y degustaremos una manera distinta de vivir. Nuestra vida y nuestro corazón se transfigurarán, nos pareceremos más a Jesús. El apóstol Pablo se lo recuerda a los Filipenses: el Señor Jesús "transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso" (Flp 3, 21). La transfiguración es la ruptura del límite, es contemplar la bondad del Señor, sus vastos horizontes, la profundidad de las exigencias del Evangelio.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.