ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 11 de diciembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Isaías 40,1-11

Consolad, consolad a mi pueblo
- dice vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalén
y decidle bien alto
que ya ha cumplido su milicia,
ya ha satisfecho por su culpa,
pues ha recibido de mano de Yahveh
castigo doble por todos sus pecados. Una voz clama: "En el desierto
abrid camino a Yahveh,
trazad en la estepa una calzada recta
a nuestro Dios. Que todo valle sea elevado,
y todo monte y cerro rebajado;
vuélvase lo escabroso llano,
y las breñas planicie. Se revelará la gloria de Yahveh,
y toda criatura a una la verá.
Pues la boca de Yahveh ha hablado." Una voz dice: "¡Grita!"
Y digo: "¿Qué he de gritar?"
- "Toda carne es hierba
y todo su esplendor como flor del campo. La flor se marchita, se seca la hierba,
en cuanto le dé el viento de Yahveh
(pues, cierto, hierba es el pueblo). La hierba se seca, la flor se marchita,
mas la palabra de nuestro Dios
permanece por siempre. Súbete a un alto monte,
alegre mensajero para Sión;
clama con voz poderosa,
alegre mensajero para Jerusalén,
clama sin miedo.
Di a las ciudades de Judá:
"Ahí está vuestro Dios." Ahí viene el Señor Yahveh con poder,
y su brazo lo sojuzga todo.
Ved que su salario le acompaña,
y su paga le precede. Como pastor pastorea su rebaño:
recoge en brazos los corderitos,
en el seno los lleva,
y trata con cuidado a las paridas.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

"Consolad, consolad a mi pueblo -dice vuestro Dios-. Hablad al corazón de Jerusalén y decidle bien alto que ya ha cumplido su milicia". El profeta no se deja llevar por la resignación ni el desánimo por la situación de exilio en que se encuentra su pueblo, y pronuncia palabras de consolación. Mientras invita a reflexionar sobre la debilidad y la precariedad de la vida, exhorta a los creyentes a dirigir la mirada hacia el Señor que está viniendo en su auxilio. Por tanto, es urgente que allanemos el camino en el desierto de nuestros corazones para permitir al Señor que llegue a nuestra puerta para visitarnos. Cuando la Palabra de Dios llega al corazón, es siempre una palabra de consolación que abre al encuentro con el Señor. El profeta exhorta al que la anuncia que hable de tal modo que todos oigan la palabra de consolación: "Súbete a un alto monte, alegre mensajero para Sión; clama con voz poderosa, alegre mensajero para Jerusalén". El Señor viene como un pastor fuerte que redime y salva. Las comunidades cristianas, cada uno de los creyentes, deben abandonar el miedo, incluso el de su propia debilidad, y hacerse profetas, es decir, anunciadores de la consolación de Dios. Él viene para hacerse cargo del mundo a partir de los más débiles.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.