LA PREGÀRIA CADA DIA

Liturgia del domingo
Paraula de déu cada dia

Liturgia del domingo

XX del tiempo ordinario
Recuerdo de san Maximiliano Kolbe, sacerdote mártir del amor que en 1941 en el campo de concentración de Auschwitz aceptó morir para salvar la vida de otro hombre.
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 14 de agosto

XX del tiempo ordinario
Recuerdo de san Maximiliano Kolbe, sacerdote mártir del amor que en 1941 en el campo de concentración de Auschwitz aceptó morir para salvar la vida de otro hombre.


Primera Lectura

Jeremías 38,4-6.8-10

Y dijeron aquellos jefes al rey: "Ea, hágase morir a ese hombre, porque con eso desmoraliza a los guerreros que quedan en esta ciudad y a toda la plebe, diciéndoles tales cosas. Porque este hombre no procura en absoluto el bien del pueblo, sino su daño." Dijo el rey Sedecías: "Ahí le tenéis en vuestras manos, pues nada podría el rey contra vosotros." Ellos se apoderaron de Jeremías, y lo echaron a la cisterna de Malkiyías, hijo del rey, que había en el patio de la guardia, descolgando a Jeremías con sogas. En el pozo no había agua, sino fango, y Jeremías se hundió en el fango. Salió Ebed Mélek de la casa del rey, y habló al rey en estos términos: Oh mi señor el rey, está mal hecho todo cuanto esos hombres han hecho con el profeta Jeremías, arrojándole a la cisterna. Total lo mismo se iba a morir de hambre, pues no quedan ya víveres en la ciudad. Entonces ordenó el rey a Ebed Mélek el kusita: "Toma tú mismo de aquí treinta hombres, y subes al profeta Jeremías del pozo antes de que muera."

Salmo responsorial

Salmo 39 (40)

En Yahveh puse toda mi esperanza,
él se inclinó hacia mí
y escuchó mi clamor.

Me sacó de la fosa fatal,
del fango cenagoso;
asentó mis pies sobre la roca,
consolidó mis pasos.

Puso en mi boca un canto nuevo,
una alabanza a nuestro Dios;
muchos verán y temerán,
y en Yahveh tendrán confianza.

Dichoso el hombre aquel
que en Yahveh pone su confianza,
y no se va con los rebeldes,
que andan tras la mentira.

¡Cuántas maravillas has hecho,
Yahveh, Dios mío,
qué de designios con nosotros:
no hay comparable a ti!
Yo quisiera publicarlos, pregonarlos,
mas su número excede toda cuenta.

Ni sacrificio ni oblación querías,
pero el oído me has abierto;
no pedías holocaustos ni víctimas,

dije entonces: Heme aquí, que vengo.
Se me ha prescrito en el rollo del libro

hacer tu voluntad.
Oh Dios mío, en tu ley me complazco
en el fondo de mi ser.

He publicado la justicia
en la gran asamblea;
mira, no he contenido mis labios,
tú lo sabes, Yahveh.

No he escondido tu justicia en el fondo de mi corazón,
he proclamado tu lealtad, tu salvación,
no he ocultado tu amor y tu verdad
a la gran asamblea.

Y tú, Yahveh, no contengas
tus ternuras para mí.
Que tu amor y tu verdad
incesantes me guarden.

Pues desdichas me envuelven
en número incontable.
Mis culpas me dan caza,
y no puedo ya ver;
más numerosas son que los cabellos de mi cabeza,
y el corazón me desampara.

¡Dígnate, oh Yahveh, librarme,
Yahveh, corre en mi ayuda!

¡Queden avergonzados y confusos todos juntos
los que buscan mi vida para cercenarla!
¡Atrás, sean confundidos
los que desean mi mal!

"Queden consternados de vergüenza
los que dicen contra mí: ""¡Ja, Ja!"" "

"¡En ti se gocen y se alegren
todos los que te buscan!
Repitan sin cesar: ""¡Grande es Yahveh!"",
los que aman tu salvación."

Y yo, pobre soy y desdichado,
pero el Señor piensa en mí;
tú, mi socorro y mi libertador,
oh Dios mío, no tardes.

Segunda Lectura

Hebreos 12,1-4

Por tanto, también nosotros, teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe, el cual, en lugar del gozo que se le proponía, soportó la cruz sin miedo a la ignominia y está sentado a la diestra del trono de Dios. Fijaos en aquel que soportó tal contradicción de parte de los pecadores, para que no desfallezcáis faltos de ánimo. No habéis resistido todavía hasta llegar a la sangre en vuestra lucha contra el pecado.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 12,49-53

«He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido! Con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué angustiado estoy hasta que se cumpla! «¿Creéis que estoy aquí para dar paz a la tierra? No, os lo aseguro, sino división. Porque desde ahora habrá cinco en una casa y estarán divididos; tres contra dos, y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre; la madre contra la hija y la hija contra la madre; la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homilía

La página evangélica de este domingo comunica una urgencia: anunciar a todos que el reino de Dios está a las puertas. Jesús sintió compasión por ellos porque "estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor" (Mt 9,36) y les dijo: "Convertíos, porque el Reino de los Cielos ha llegado". Iba por "todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas" para predicar el Evangelio del reino y curar a los enfermos. Por desgracia hoy día esta urgencia muchas veces queda ofuscada, ahogada y frenada: ofuscada por el clima de violencia, ahogada por las guerras y las injusticias, y, a veces, frenada por los mismos discípulos cuando eluden la invitación del Señor y siguen sus propias urgencias o sus propias costumbres. Es fácil resignarse al presente. Muchas veces oímos decir: ¡no se puede hacer nada! ¡El mundo siempre ha sido así! El Señor, en cambio, nos dice: "He venido a arrojar un fuego sobre la Tierra y ¡cuánto desearía que ya hubiera prendido!". Dejemos que esta pasión nos envuelva, dejemos que este fuego nos queme. Así descubriremos inmediatamente la mezquindad de nuestras pasiones y la avaricia de nuestros corazones. Por desgracia, muchas veces el único fuego que quema en nosotros es el fuego fatuo del amor por nosotros mismos, que los Padres denominaban "filautía". El amor de Jesús es de otra naturaleza. Es un amor suave y desconcertante, hace que nos olvidemos de nosotros mismos y que crezca el amor por los pobres. "¿Creéis que estoy aquí para poner paz en la Tierra? No, os lo aseguro, sino división", nos recuerda hoy Jesús. Nosotros difícilmente habríamos puesto estas palabras en boca de Jesús. Pero el Evangelio no es como nuestro modo de pensar. Las palabras de Jesús que destacan más la espada que la paz quieren ayudarnos a comprender que no ha venido a defender nuestro egocentrismo, sino el amor por los demás. Jesús no vino a defender la tranquilidad avara del rico que ni siquiera veía al pobre Lázaro hambriento frente a su puerta; no vino a defender el egocentrismo del sacerdote y del levita que, aun viendo al hombre medio muerto en medio del camino, pasan de largo. Eso no es paz, sino avaricia, y como dijo en una ocasión el arzobispo ortodoxo de Tirana, Anastasio: "Lo contrario de la paz no es la guerra, sino el egocentrismo". La paz no es posible sin un amor fuerte y apasionado.

La pregària és el cor de la vida de la Comunitat de Sant’Egidio, la seva primera "obra". Al final del dia, totes les Comunitats, tant si són grans com si són petites, es reuneixen al voltant del Senyor per escoltar la seva Paraula i dirigir-s'hi en la seva invocació. Els deixebles només poden estar als peus de Jesús, com Maria de Betània, per triar la "millor part" (Lc 10,42) i aprendre'n els seus mateixos sentiments (cfr. Flp 2,5).

Sempre que la Comunitat torna al Senyor, fa seva la súplica del deixeble anònim: "Senyor, ensenya'ns a pregar" (Lc 11,1). I Jesús, mestre de pregària, respon: "Quan pregueu, digueu: Abbà, Pare".

Quan preguem, encara que ho fem dins del cor, mai no estem aïllats ni som orfes, perquè en tot moment som membres de la família del Senyor. En la pregària comuna es veu clarament, a més del misteri de la filiació, el de la fraternitat.

Les Comunitats de Sant'Egidio que hi ha al món es reuneixen als diferents llocs que destinen a la pregària i presenten al Senyor les esperances i els dolors dels homes i les dones "malmenats i abatuts" de què parla l'Evangeli (Mt 9,36). En aquella gent d'aleshores s'inclouen els habitants de les ciutats contemporànies, els pobres que són marginats de la vida, tots aquells que esperen que algú els contracti (cfr. Mt 20).

La pregària comuna recull el crit, l'aspiració, el desig de pau, de guarició, de sentit de la vida i de salvació que hi ha en els homes i les dones d'aquest món. La pregària mai no és buida. Puja incessantment al Senyor perquè el plor es transformi en joia, la desesperació en felicitat, l'angoixa en esperança i la solitud en comunió. I perquè el Regne de Déu arribi aviat als homes.