ORACIÓN CADA DÍA

Oración de la Vigilia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración de la Vigilia
Sábado 20 de abril


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 6,60-69

Muchos de sus discípulos, al oírle, dijeron: «Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?» Pero sabiendo Jesús en su interior que sus discípulos murmuraban por esto, les dijo: «¿Esto os escandaliza? ¿Y cuando veáis al Hijo del hombre subir adonde estaba antes?... «El espíritu es el que da vida;
la carne no sirve para nada.
Las palabras que os he dicho son espíritu
y son vida. «Pero hay entre vosotros algunos que no creen.» Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y decía: «Por esto os he dicho que nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre.» Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él. Jesús dijo entonces a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?» Le respondió Simón Pedro: «Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La página del Evangelio que hemos leído concluye el gran "discurso del pan" que Jesús está dando en la sinagoga de Cafarnaún. Todo el texto que relata el evangelista nos dice una verdad fundamental: Jesús es el pan y no simplemente tiene el pan, como pensaba la gente después de ver el milagro de la multiplicación de los panes. Esta afirmación de Jesús como "pan de vida" es percibida como excesiva incluso por los discípulos, que se dicen unos a otros: "Es duro este lenguaje". Ellos, con esas palabras, comprenden que "comer la carne y beber la sangre de Jesús" significa acoger en sí mismos un amor que implica toda su vida de manera total. Este tipo de amor (los autores del Nuevo Testamento lo llaman ágape) es más fuerte incluso que la muerte. Jesús no puede renunciar a comunicar este Evangelio de amor. Y a los discípulos, que se escandalizaban por estas palabras, les dice que se escandalizarían aún más si le vieran ascender a donde estaba antes. Jesús sabe bien que solo con los ojos de la fe es posible reconocerle y acogerle. Y les repite: "Por esto os he dicho que nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre". Reitera así que, sin la humildad de dejarse ayudar, es imposible comprender la Palabra del Evangelio. Jesús se dirige a los "doce" (es la primera vez que aparece este término en el Evangelio de Juan) y les pregunta: "¿También vosotros queréis marcharos?". Es uno de los momentos más dramáticos de la vida de Jesús. No podía negar su Evangelio, aun a costa de quedarse solo. El amor evangélico o es exclusivo, sin límites, o no lo es. Pedro, que quizá vio los ojos de Jesús apasionados pero también firmes, se deja tocar el corazón y, tomando la palabra, dice a Jesús: "¿A quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna". No dice "adónde" iremos, sino "a quién" iremos. El Señor Jesús es, verdaderamente, nuestro único salvador.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.